El avión atravesaba el aire mientras tomaba altura, no obstante los pensamientos de ella volaban más alto y más aprisa que el aparato.
- ¡Qué suerte! - se dijo- de entre tantas chicas, me ha elegido a mí. Por fin podré salir de éste agujero, ganar dinero, y recorrer mundo.
Había salido de su casa por la ventana, a hurtadillas, sin más compañía que la oscuridad, procurando no hacer ruido para no despertar a sus hermanos, a su madre… su pobre madre que trabajaba de sol a sol para poder llevar comida a casa. Salió sin decir nada, dejando como despedida unos garabatos en una hoja de papel.
- Qué suerte - se repetía una y otra vez, - es una suerte que aquel empresario se fijara en mí.
- Eres muy guapa – le había dicho el hombre con una dulce y sincera sonrisa - ¿no has pensado nunca en hacerte modelo?
Claro que lo había pensado, cuando alguna vecina la invitaba a ver la televisión, y observaba a todas aquellas chicas desfilando y paseando sus cuerpos con bellos trajes de fiesta, lo había pensado muchas veces, pero siempre creyó que era un sueño imposible.
Ahora, ese sueño se estaba cumpliendo, iba rumbo a un país desconocido, cruzaría el océano para estrechar un sueño, para hacerlo realidad.
Hubiese querido contárselo a su madre, pero sabía que ella no lo comprendería, diría que la suerte no existe, que no se encuentra en cualquier esquina, intentaría persuadirla con cualquier excusa para así, hacerla desistir de su sueño, del camino que había decidido tomar.
El avión acarició la pista de aterrizaje al tomar tierra, lo hizo con suavidad, sin saltos, sin sacudidas, o quizás le pareció así porque las turbaciones la tenía ella misma en su interior. Estaba tan contenta que su cuerpo temblaba de entusiasmo.
Observó a los viajeros, hacían colas para recoger el equipaje, ella no tuvo que hacerlo, sus únicas pertenencias las llevaba en la mano, un pequeño bulto hecho de tela, donde guardaba dos mudas de ropa interior, una falda y una blusa. Aun así, no estaba triste, sabía que a su regreso llevaría una gran maleta repleta de ropa y regalos para todos.
¿Cómo podía pensar su madre que no existía la suerte? ella la había tenido, incluso aquél empresario le había pagado el billete y le había dado dinero para el viaje; se sentía la chica más afortunada del mundo.
Abrió el puño y desdobló un pedazo de papel, tras leer la dirección, tomó un taxi.
Desde el interior miró a través del cristal de la ventanilla, la ciudad era grande, no como su pueblo, las calles estaban asfaltadas y los edificios eran altos; ¡y cuántos colores!
Salió del vehículo cuando paró, observó la casa desde la acera en toda su amplitud, “fantasías” decía un cartel en la entrada, le gustó el nombre, fantasías, ella las tenía, y muchas.
Llamó con los nudillos y alguien le abrió de inmediato, era el mismo empresario que le había pagado el billete, era el mismo hombre que le sonreía, sin embargo, la sonrisa era distinta, aquella mueca la asustó, la paralizó e hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo.
Dentro había más chicas, todas ligeras de ropa, todas tristes y todas la miraban a ella.
- Quiero irme – dijo casi sin voz
- No, querida, has llegado hasta aquí para quedarte con nosotros.
La vieja mujer leyó una vez más la nota, las letras se tornaron borrosas cuando los ojos se llenaron de lágrimas, no le importó, se la conocía de memoria, la había leido día tras día, año tras año.
- ¡Qué suerte! - se dijo- de entre tantas chicas, me ha elegido a mí. Por fin podré salir de éste agujero, ganar dinero, y recorrer mundo.
Había salido de su casa por la ventana, a hurtadillas, sin más compañía que la oscuridad, procurando no hacer ruido para no despertar a sus hermanos, a su madre… su pobre madre que trabajaba de sol a sol para poder llevar comida a casa. Salió sin decir nada, dejando como despedida unos garabatos en una hoja de papel.
- Qué suerte - se repetía una y otra vez, - es una suerte que aquel empresario se fijara en mí.
- Eres muy guapa – le había dicho el hombre con una dulce y sincera sonrisa - ¿no has pensado nunca en hacerte modelo?
Claro que lo había pensado, cuando alguna vecina la invitaba a ver la televisión, y observaba a todas aquellas chicas desfilando y paseando sus cuerpos con bellos trajes de fiesta, lo había pensado muchas veces, pero siempre creyó que era un sueño imposible.
Ahora, ese sueño se estaba cumpliendo, iba rumbo a un país desconocido, cruzaría el océano para estrechar un sueño, para hacerlo realidad.
Hubiese querido contárselo a su madre, pero sabía que ella no lo comprendería, diría que la suerte no existe, que no se encuentra en cualquier esquina, intentaría persuadirla con cualquier excusa para así, hacerla desistir de su sueño, del camino que había decidido tomar.
El avión acarició la pista de aterrizaje al tomar tierra, lo hizo con suavidad, sin saltos, sin sacudidas, o quizás le pareció así porque las turbaciones la tenía ella misma en su interior. Estaba tan contenta que su cuerpo temblaba de entusiasmo.
Observó a los viajeros, hacían colas para recoger el equipaje, ella no tuvo que hacerlo, sus únicas pertenencias las llevaba en la mano, un pequeño bulto hecho de tela, donde guardaba dos mudas de ropa interior, una falda y una blusa. Aun así, no estaba triste, sabía que a su regreso llevaría una gran maleta repleta de ropa y regalos para todos.
¿Cómo podía pensar su madre que no existía la suerte? ella la había tenido, incluso aquél empresario le había pagado el billete y le había dado dinero para el viaje; se sentía la chica más afortunada del mundo.
Abrió el puño y desdobló un pedazo de papel, tras leer la dirección, tomó un taxi.
Desde el interior miró a través del cristal de la ventanilla, la ciudad era grande, no como su pueblo, las calles estaban asfaltadas y los edificios eran altos; ¡y cuántos colores!
Salió del vehículo cuando paró, observó la casa desde la acera en toda su amplitud, “fantasías” decía un cartel en la entrada, le gustó el nombre, fantasías, ella las tenía, y muchas.
Llamó con los nudillos y alguien le abrió de inmediato, era el mismo empresario que le había pagado el billete, era el mismo hombre que le sonreía, sin embargo, la sonrisa era distinta, aquella mueca la asustó, la paralizó e hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo.
Dentro había más chicas, todas ligeras de ropa, todas tristes y todas la miraban a ella.
- Quiero irme – dijo casi sin voz
- No, querida, has llegado hasta aquí para quedarte con nosotros.
La vieja mujer leyó una vez más la nota, las letras se tornaron borrosas cuando los ojos se llenaron de lágrimas, no le importó, se la conocía de memoria, la había leido día tras día, año tras año.
4 comentarios:
Es un bonito y triste relato a la vez, reflejo de una cruda realidad que sigue estando ahí, aunque a muchos les parezca que sólo es un argumento para películas.
Nuevamente te felicito.
Besotes.Vas pasito a pasito;¡Ánimo, ya falta menos!
Tienes razón, y a veces, por desgracia, la realidad supera a la ficción.
Gracias, Guardiana, gracias por estar ahí cada vez que te necesito.
Un beso.
Hola MJesus, tu cuento tiene mucho gancho. Lo haces interesante desde el principio: el presente. Luego te remontas al pasado y cuentas sus hitoria, para terminar en un futuro: Su madre leyendo la nota arrugada.
Interesante manera de jugar con los tiempos.
Un abrazo,
Blanca
Mi pretensión, no ha sido otra más que intentar abrir los ojos a todas esas niñas que se dejan embromar por gente sin escrúpulos, individuos que saben decir lo que ellas quieren escuchar.
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