11 dic 2009

La espera


Teresa descendió con templanza los peldaños que conducían al jardín. Su largo y elegante vestido alisaba la hierba con cada paso. Portaba en sus manos un viejo y desgastado libro que abrazaba a su pecho con ternura.
Como si se tratase de un ritual, lo sujetó con una mano mientras que con la otra alisó las inexistentes arrugas de su vestido antes de tomar asiento en el banco. Un sauce llorón permitía que algunos finos rallos de sol se filtraran entre sus ramas y la acariciasen. La mujer dejó el libro en su regazo para llevar sus manos a la cabeza y alizar su larga melena, una melena que el tiempo, caprichoso, se había encargado de platear.
La anciana, sin bajar la cabeza abrió el libro, y la inercia o la costumbre, provocó a quedarse en una página amarillenta en la que apenas podía distinguirse las letras. Acarició la hoja con las yemas de los dedos, esbozando una sonrisa al tiempo que sus labios comenzaban a recitar los versos memorizados, como si de una oración se tratase.
Su mirada paseó por el jardín, posándose en un deteriorado caballo de madera descolorido casi oculto por la maleza. El viento y la lluvia habían sido sus únicos compañeros de juego, y al igual que el columpio, jamás habían escuchado risas infantiles.
Teresa continuó pasando sus finos dedos por la caligrafía, como haría un ciego leyendo en braille.

Su mente viajó retrocediendo en el tiempo. Ahora era una mujer joven, enamorada… Escuchó el relinchar de los corceles, detenerse el carruaje y los pasos de su caballero.
- ¿Cómo estás? – escuchó.
Sin esperar respuesta, el barón se despojó del sombrero de copa y de su capa. Uniéndose a ella, acarició su larga y negra cabellera al tiempo que depositaba un suave beso en la frente, para luego acercar sus labios al abultado vientre de la mujer.
– tengo una sorpresa – dijo, y alzó la mano.
En seguida, dos criados depositaron un caballo balancín de madera en el cuidado y verde césped del jardín.
- ¿Podemos salir a pasear? – preguntó la joven mientras acariciaba la cuidada perilla de su amado.
- Sabes que no podemos. En cuanto nazca nuestro hijo, viviremos juntos y pasearemos todos los días. Me divorciaré de la baronesa, ya no me importa su dinero, es una mujer estéril que jamás me dará lo que más deseo en el mundo. En cuanto lo consiga, nosotros nos casaremos. Jugaremos con nuestro hijo, lo veremos crecer y tú le leerás el libro de cuentos que tanto te gusta. Pero ahora no es prudente, nadie debe saber lo nuestro, nadie debe saber que estás embarazada… no lo sabe nadie ¿verdad? – preguntó con seriedad el hombre.
Ella sonrió y lo besó.

Días después nació su hijo, pero Teresa nunca jugó con él, nunca le leyó un cuento… nunca lo vio. Para el resto del mundo, jamás había estado embarazada. Para el resto del mundo, ella era una dama solitaria que vivía enclaustrada en su casa sin tener contacto con nadie.
Era una loca que se sentaba todos los días en el jardín y acariciaba un libro.

8 comentarios:

Lucero dijo...

Que lind orelato amig me encanto,que tengas una buena noche..
besitossssssssssssss

Mundo Animal. dijo...

HOLA AMIGA QUE LINDO ESCRIBES UN GUSTO LEERTE, QUE DISFRUTES DEL FIN DE SEMANA

CHRISSSSSSSSSSS

Anónimo dijo...

Hola Mjesus!! Hermoso relato. Triste y lleno de sentimiento. Me encantó.
Besossss

Katy dijo...

Te ha salido bordado Mª Jesús, que más da lo que piensen los demás. Lo que realmente importa es lo que tu sabes de ti mismo.
Hay muchas vidas aparentemente anodinas, que si ahondásemos en ellas nos llevaríamos grandes sorpresas, como la de la Teresa de tu relato.
Un beso amiga

mariajesusparadela dijo...

Todos los barones son varones. aunque, gracias a Dios, no todos los varones se comporten como ese...solamente, en algún tiempo, casi todos...

Unknown dijo...

Lucero, gracias por visitarme
Feliz fin de semana


Cristian, me agrada mucho tu visita.
Feliz fin de semana

Gabriela, es triste, pero supongo que alguna vez ocurrió.
Feliz fin de semana

Katy, la Teresa de mi relato, vivía sin vivir.
Feliz fin de seman.

Mª Jesús, supongo que la inseminación in vitro, ha influido bastante para que los barones y las baronesas no tengan que llegar a esos extremos hoy en día (y conste que no tengo nada en contra de la gente con títulos, ni mucho menos. Es sólo que un simple varón de antaño, jamás hubiese podido permitirse el lujo de comprar… un caballo de madera, por ejemplo.
Feliz fin de semana.

Felipe Medina dijo...

Que relato más elegante y muy sentido.
Ello ha ocurrido infinidad de veces por desgracia.

Abrazos

Guardiana de la Vega dijo...

Es un delicado relato, amiga; pero qué canalla el barón, ¿no?
No quería a su esposa porque no le podía dar un hijo. Pues ya le querría bastante la protagonista, claro que además eran otros tiempos, cuando las mujeres eran de otra manera.
Me ha gustado mucho,muy bien traído.