25 dic 2008

Recuerdos olvidados


Amalia esbozó una sonrisa, diminuta, imperceptible. Tan imperceptible que su rostro ni siquiera exteriorizó un guiño. Su cabeza, algo sesgada, estribaba en unos hombros enflaquecidos y sin fuerzas. Sus manos residían alineadas lánguidamente entre sus piernas.
Diariamente la sentaban allí, diariamente, los rayos del sol acariciaban su frágil y surcado cuerpo como una madre haría con su hijo. A ella le gustaba sentir su contacto, su calor, sus caricias, y sencillamente se dejaba abrazar.

Inmemoriales, sus ojos infantiles miraban al frente. No había expresión alguna en ellos, aunque sí un brillo deleznable. Volvió a sonreír, no se notó, pero Amalia sonreía mientras sus ojos penetraban en el paisaje.
Que verde está la hierba del campo, pensó. Recuerdo que me gustaba pisar la hierba mojada… ¿Lo recuerdo? No estoy segura, da igual, ya lo recordaré más tarde, se dijo.

El cielo era tan celeste y limpio que en él, podía distinguirse perfectamente, cómo dos cometas bailaban en el aire sujetadas por niños. Era un baile lento y suave, casi inerte. Quizás el viento aquel día, era sereno.
No alcanzaba ver sus rostros pues quedaban de espaldas a ella, pero estaba segura que reían. Los niños siempre ríen cuando juegan. Tampoco podía escuchar sus risas, seguro que el cristal mitigaba sus voces.
Recuerdo que me gustaba hacer volar las cometas cuando era pequeña… ¿lo recuerdo? No estoy segura, da igual, ya lo recordaré mas tarde.

Reparó en la casita. Siempre quise vivir en una casita así, con su chimenea, sus tejas rojas, y sus paredes blancas. Se vio dentro, cocinando en el fogón de leña: colocando una olla de puchero y esperando a que lentamente se elaborase.
Recordaba que le gustaba sentarse en el porche al atardecer… ¿lo recordaba? No estaba segura, da igual, quizás lo recordaría más tarde.
Observó como el árbol contemplaba orgulloso su imagen reflejada en un riachuelo. Un árbol de flores blancas. No le llegaba el olor, sin embargo podía sentirlo, percibía su aroma placentero.
Recordaba que le gustaba sentarse a su sombra a leer… ¿lo recordaba? No estaba segura, quizás lo recordase más tarde.
– Es hora de su baño Amalia – dijo una voz a su espalda – el sol se está retirando y comienza a hacer frío, mañana volveremos.
La voz era dulce, a ella le gustaba la voz.
- No me extraña que le guste tanto este cuadro, es un paisaje maravilloso. ¿Recuerda cuando lo pintó Amalia? tenía usted unas manos prodigiosas con los óleos. ¿Recuerda su casita? Sus hijos me dijeron que los pintó un día mientras ellos jugaban, y que era su cuadro preferido. Por eso lo trajeron aquí, a su habitación, para que usted lo mirase siempre con el fin de avivar sus recuerdos. Pero su enfermedad no la deja recordar ¿verdad Amalia? esa enfermedad le hace olvidar sus recuerdos. Échele un último vistazo al cuadro por hoy, mañana volveremos.
Amalia no contestó. Sin expresión, continuaba mirando el cuadro cuando la voz, sujetando la silla de ruedas, fue apartando lentamente la imagen de sus ojos.

¡Que verde está la hierba del campo! pensó, recuerdo que me gustaba pisar la hierba mojada…
¿Lo recuerdo? No estoy segura, bueno, da igual, ya lo recordaré más tarde.


18/06/08
María Jesús García Fernández




4 comentarios:

FELIX JAIME dijo...

Una soberbia semblanza de esa terrible enfermedad que supone la pérdida posiblemente más dolorosa que puede tener un ser humano: la de sus recuerdos. Resulta escalofriante ver a la pobre Amalia dudando de si recuerda o no tal cosa, tal cuadro, tal objeto. Has conseguido, bajo mi punto de vista, sobre todo con esa pregunta recurrente que salpica el relato (¿lo recuerda?), crear una atmósfera a la vez sensible y dura, a partes iguales.

No me extraña que te dijeran que presentaras el relato. Lo merece.

Un abrazo, y mi más cordial enhorabuena.

Guardiana de la Vega dijo...

Este relato es uno de mis favoritos, es delicado, y está escrito con mucho cariño,;denota la sensibilidad que posees, y eso en un escritor es fundamental.Enhora buena, amiga.

Unknown dijo...

Tenéis razón, esta terrible enfermedad no excluye a nadie, no distingue entre razas, religiones, ni clases sociales. Es por ese motivo, por el que nunca debemos olvidar a los que olvidan.

La felicidad está en el corazón, no en las circunstancias.
Gracias a los dos.

Verdial dijo...

Imagino que este es el relato que vas a presentar en el curso. Conmovedor y precioso. Tu escritura es envidiable.

Un abrazo