La mirada
de Eva, parecía alejarse junto al son de la corriente del lejano río, sus manos sostenían un libro que no leía, mientras sus pensamientos volaban al fondo del abismo: No quiero vivir sin él, ¿por qué me empeño
en que sean las cosas de otra manera? Él, no cambiará nunca.
Hacía diez años que era su mejor amigo.
Estaba sentada en
la abultada raíz de un solitario árbol con la espalda descansando en el tronco,
dejándose acariciar por el sol primaveral
que se abría paso entre las hojas. La brisa era tibia, y ella continuaba
inmóvil cual estatua de un parque cualquiera. Sí, había escogido un buen
día para ser el último, pensó con tristeza mientras su mirada continuaba en
el fondo del acantilado.
Un cervatillo se paró justo en su punto de visión,
observó cómo bebía del arrollo. Envidió la suerte de aquel lejano y pequeño
animal: los animales no sufren por amor,
los animales no tienen que engañar para pasar un día con su amado, con su sueño
imposible. Ni siquiera se dio cuenta de que Óscar estaba a su lado.
— Sé que es duro, cariño. Pero pronto se acabará – le dijo
mientras le quitaba un mechón de pelo de la frente.
Había escogido
para la ocasión, un vestido blanco de gasa, con la pretensión de despertar en
él su instinto masculino, ese impulso
que se supone poseen todos los hombres. Deseaba ver en sus ojos la llama del
deseo. Sin embargo en su mirada no había ardor, ni pasión, sus labios tan sólo
dejaba escapar una sonrisa tranquila. No podía culparlo, él había sido sincero desde
el primer momento: eres mi mejor amiga,
te quiero mucho. Si me atrajesen las mujeres, tú serías el amor de mi vida. Le
solía decir.
Estaban en la cima
de aquel precipicio. Eva había usado aquella excusa para tenerlo dos días a su
lado, y Oscar había aceptado porque era su pasión, su punto débil.
. ¿Y si saltaba
ahora? Se lo confesaba y saltaba, así de fácil. Lo había traído allí para eso
¿no? Simplemente tenía que ponerse de pie y tomar impulso. Sólo un movimiento,
un paso, y dejaría de sufrir. Aunque él también sufriría, y no se hace sufrir a
quien se quiere Jamás le había confesado sus sentimientos, y no podía
callarlo por más tiempo.
— Eva, puedes acercarte si quieres – lo escuchó decir.
Se levantó lentamente, le pesaba tanto el cuerpo, estaba tan
entumecida… Un nuevo vistazo al fondo del precipicio, esta vez se recreó en el
paisaje. El riachuelo, el prado verde, decorado con una algarabía de flores que
rivalizaban entre ellas por tener el color más vistoso. Incluso el sol había
estado su parte. Había pensado que serían dos días de felicidad, de
acercamiento. Por el contrario habían
sido de silencio y lejanía. — Salta
– le dijo su corazón — en cambio sus pies, le hicieron caso a su sentido común
y caminaron hacia Óscar pensando en dejarlo todo tal y como estaba. Era mejor
seguir siendo su amiga que desaparecer de su vida para siempre.
— Gracias por ofrecerte a regalarme tu tiempo, — le dijo
él con una tierna sonrisa — sé que ha sido duro estar tanto tiempo en la misma
posición, no obstante espero que haya valido la pena ¿te gusta cómo ha quedado?
— Sí, Óscar. No me hacía falta verlo para darte mi
opinión. El cuadro ha quedado perfecto –
contestó mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.